La curiosidad de un niño puede crear genios. Alan Pichot tenía 4 años y algunos meses cuando vio por primera vez el distinguido tablero a cuadros, con sus inconfundibles piezas blancas y negras. No tenía ni idea de que ese juego, que lo deslumbró aquel día, se llamaba ajedrez, y que iba a ser el motor y la pasión de su vida.
Nació en Capital Federal, el 13 de agosto de 1998, y hace muy pocas semanas, dos días antes de cumplir los 15 años, se convirtió en el Maestro Internacional más joven de la historia en el país.
Cuando estaba en preescolar, en salita de 4, Alan y sus padres fueron a cenar a la casa de un amiguito del jardín por su cumpleaños. Luego de la comida, el hermano mayor de su amigo sacó un tablero de ajedrez y con su papá se pusieron a jugar. “Me llamó muchísimo la atención todo el juego y de ahí que quise a toda costa jugar al ajedrez”, nos explica Alan, que es primo lejano del ex capitán de los Pumas, Agustín Pichot.
“Por favor, enseñame... Por favor, quiero jugar”, le repetía día tras día a su mamá, Mariela Echenbaum, después de aquella velada. Tanto insistió, que su mamá le enseñó, y cuando cumplió los 5 años, lo llevó a la escuelita en Torre Blanca, el cálido y famoso club porteño de ajedrez, ubicado en el barrio de Almagro, de donde tantas figuras de la disciplina han emergido.
Desde el arranque, pintaba que el chico tenía pasta, que su inteligencia y su velocidad mental lo llevarían por buen camino. Su padre, Daniel Pichot, cuenta cuando en una ocasión los citaron a él y a la mamá de Alan al jardín de infantes para comentarles que algo sucedía con su hijo. “Alan tiene problemas de atención”, recuerda que les dijo la maestra. Luego de ese hecho, descubrieron que Alan tenía una capacidad de comprensión mayor a la media. La escuela nunca logró motivarlo. Y el ajedrez argentino tuvo el privilegio de conectarlo a su mundo.
Mientras tomaba clases y aprendía a un paso firme y ligero, Alan también empezó a competir en los torneos organizados en el Club Argentino de Ajedrez, en los cuales ganó sus primeros billetes. Sí, con sólo 7 años, el pibe ya ganaba dinero.
Hasta la fecha, Alan Pichot ya ha sido Campeón Argentino Sub 10, Sub 12, Sub 14 y Sub 18, este último logrado en el 2010 con apenas 12 años.
PRIMEROS TORNEOS. Alan cuando tenía 6 años y ya jugaba torneos por dinero. Es la gran promesa del ajedrez argentino.
En 2008 su carrera deportiva pegó un salto impresionante. Ese año, ganó el Campeonato Argentino Sub 10, fue Campeón Panamericano Sub 10 –título con el que se consagró como el Maestro FIDE más joven del país–, y además compitió en el Mundial de Vietnam, el primer viaje fuera de la Argentina, donde finalizó en el quinto lugar en su categoría. Ese viaje marcó un antes y un después en su vida. “Ir a Vietnam fue cumplir un sueño. Era todo un desafío cruzar las fronteras –recuerda feliz, y continúa–: Fueron como 36 horas de viaje, con escalas. Había que acostumbrarse a un montón de cosas que uno no vivía, como la temperatura, el idioma, y además jugar contra rivales de Polonia, India, China… Por suerte me fue bien y terminé tercero, pero quedé quinto por sistema de desempate”, relata quien viajó junto a su papá y al entrenador de aquel entonces, Hernán Perelman.
Tras su gran performance en el Mundial, fue elegido Revelación de Ajedrez en la entrega de los Premios Clarín en ese año, dio reportajes para la TV, recibió un homenaje en la legislatura porteña por sus logros, y en su mente algo cambió.
“Fue un gran impulso para mí todo lo que pasó en ese 2008. A partir de ahí empecé a evolucionar, a entender y a preocuparme más en el ajedrez”, confirma.
Sin embargo, en medio de laureles, de los torneos y los viajes, estaba la escuela. Siempre lo estuvo. Porque a pesar de que mucho no le gusta el estudio escolar, actualmente transita el cuarto año en el colegio William Morris, en donde no ha tenido dificultades desde las notas, pero sí tuvo algunas complicaciones por las faltas en sus inicios. Algunos profesores no entendían cómo podía ausentarse tanto tiempo del colegio. “Me pasó con el profesor de Música cuando estaba en quinto grado. Después de volver de Vietnam, me había perdido un montón de clases y quería que me llevara la materia. Me sentí muy mal en ese momento”, recuerda Alan, que siempre se las rebuscó para aprobar. Salvando ese momento, él destaca muchísimo el apoyo que siempre se le ha brindado desde el colegio. “Mis compañeros, los profesores y los directores siempre me preguntan cómo me va y me alientan muchísimo. Eso está bueno”, asegura.
Si bien juega al fútbol dos veces por semana con amigos, mira alguna película de vez en cuando y disfruta y sufre mirando los partidos de Boca (el club del cual es hincha desde que nació), en la vida de Alan Pichot el ajedrez es el que marca los tiempos. Cuando hay viajes o algún torneo importante por delante, posterga todo lo que debe hacer para prepararse de la mejor manera.
Habitualmente, de lunes a viernes, además de dos clases particulares por semana con sus actuales entrenadores, Sergio Slipak y Andrés Rodríguez, dedica 2 horas y media al estudio del juego. Analiza partidas de sus rivales, sigue competencias internacionales y juega por internet en la página ICC bajo el seudónimo de Platyborg. “No sabía qué nombre poner y le puse así porque era un personaje de un jueguito que jugaba mi hermano menor en la PC”, explica Alan, que le lleva 9 años a su hermano Ian, quien ya sabe jugar y de seguir sus pasos, sin duda tendrá un profesor de lujo.
SIMULTANEAS 2006. A los 7 años en el Círculo de Ajedrez Torre Blanca. En San Luis, cuando tenía 9, llegó a derrotar a 30 desafiantes en partidas de este tipo.
En el ajedrez es muy importante mantener la calma y la concentración, tener buena memoria y ser un estudioso de la materia. Alan Pichot indudablemente reúne todas esas cualidades. Pero hay una virtud que, según él, es la que lo ha distinguido de sus pares: su valentía. “Soy un jugador que no tiene miedo a posiciones donde otros sí tienen miedo de jugar”, se autoanaliza. “A veces sale mal, pero ese es mi estilo, un estilo agresivo”, subraya.
Hace poco terminó una serie de 15 sesiones con el prestigioso psicólogo deportivo Marcelo Roffé, con quien corrigió algunas falencias técnicas. “Me estaba costando enfrentar a rivales que tenían menor diferencia de Elo (puntaje) que yo. Trabajamos la concentración que uno debe tener en la partida y solucionamos ese tema. La verdad que aprendí mucho de él”, reconoce, dejando la puerta abierta para retomar en el futuro.
Gracias al ajedrez, ya ha viajado a Uruguay, Brasil, Perú, Colombia y Vietnam. Pero es sabido que en la Argentina, como en todo deporte amateur, el tema económico juega un papel condicionante. Actualmente, Alan no cuenta con ningún sponsor que lo ayude a costear sus gastos y sus competencias en el exterior. Eso le ha impedido, por ejemplo, viajar al Mundial Sub 14 en Maribor, Eslovenia, en el 2012.
“Era mi año fuerte en Sub 14 y no conseguí el apoyo para viajar. Fue un torneo que me hubiera gustado mucho jugar”, asegura quien desde hace 5 años se mantiene en el Top 10 del Ranking mundial de su categoría y está, además, en el puesto N°1 del ranking latinoamericano. Es verdad que recibe una beca de la Secretaría de Deporte, pero no le alcanza para el nivel de élite en el que él ya se encuentra.
Su próximo casillero para ocupar es el lugar de Gran Maestro, el máximo título que puede conseguir un ajedrecista. Ese es su próximo objetivo. Aunque su sueño es otro. “Mi objetivo mayor es ser campeón mundial”, se ilusiona. Sabe que no será fácil de lograr, sobre todo si se queda en la Argentina. Por eso, después de que termine la secundaria, no ve con malos ojos irse a competir un tiempo afuera. “España me gusta”, desliza. Pero para eso aún queda tiempo. Hoy ama lo que hace y desea hacer lo que ama en el futuro. Sueña, con los ojos bien abiertos.
EL ALUMNO SUPERO AL MAESTRO
Alejandro Rey, profesor referente de iniciación en Torre Blanca y primer entrenador particular que tuvo Alan Pichot, reveló uno de los secretos que usaba para motivar a quien hoy, con 15 años, ya es Maestro Internacional. “El tenía 7, 8 años más o menos, y no quería aprender, quería divertirse nada más. Me decía ‘Jugamos un par de partidas, si después jugamos al futbol’. Así era que nos la pasábamos pateando de punta a punta en el living de casa”, describe Rey, que luego de unos años lo liberó para que el genio volara más alto.
“Es como cualquier padre que le da ventaja a su hijo. Primero le das ventaja y lo medís, después te iguala, y después descubrís que él te está midiendo a vos y no te quiere ganar. Una cosa fantástica”, define Alejandro. En el final de la charla y a pedido de este cronista, ambos se enfrentaron en una partida rápida (a contra reloj), recordando viejas épocas. Las risas, y una energía especial que irradiaba en esa mesa, demostraron el cariño que entre ambos se tienen. Es lindo ver cuando el alumno supera al maestro y ambos lo disfrutan al máximo.
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